sábado, 28 de noviembre de 2009

Quemar las naves


El peruano Cornejo Polar plantea la dificultad de un sujeto latinoamericano “complejo, disperso y múltiple” nacido en parte de aquella añeja discusión teológico-jurídica de la conquista sobre la ausencia o presencia de alma en los cuerpos materiales de nuestros improbables ancestros nativos. Desde esta perspectiva y atendiendo a la casi nula presencia de sangre indígena en nuestras venas, cabe preguntarse junto a Cornejo si el hombre y la mujer americanos no están en definitiva instalados en una red de encrucijadas, en el centro mismo de un nudo que es tironeado por vectores que van en diferentes direcciones y que se llaman Edad Media, indigenismo, colonización, romanticismo, independencia, revolución, aceptación, negación, ambigüedad, misticismo, lo real maravilloso, lucha armada, fútbol, utilitarismo norteamericano, puritanismo greco-latino-cristiano-racional, cola de paja…
Todas estas cosas configuran al sujeto americano y generan un conjunto de ideas que Cornejo nombra con la palabra “hibridez” y que, como él mismo reconoce, es deudora de aquella otra anterior de Rama: la “transculturación”. Cabría la posibilidad de realizarse otra serie de preguntas ociosas al respecto de la tan mentada “identidad”: ¿qué es Europa?, ¿qué es lo moderno?, ¿qué es la posmodernidad? Y tentar algunas respuestas: Europa es la eterna aspiración de nuestras clases cultas (aunque a veces esta función la cumplen “los norteamericanos”, músicos, escritores, directores de cine, etc.); lo moderno es un tiempo ya ido inventado por un poeta; la posmodernidad es un tiempo sin nombre propio (y esto ciertamente lo define), el presunto después de una época que para algunas regiones como la nuestra todavía no ha llegado.
En la conciencia del posible, del potencial, del probable intelectual americano debería primar esta constatación: no es verosímil que nuestro sujeto tenga una sola forma de manifestarse. Nuestro sujeto es un noble francés cuando viene el consagrado colonizador a vendernos sus últimas novelas, es una Malinche consecuente cuando hay riesgos militares, es un mercader veneciano cuando hay que vender algún obelisco y un pobre indio muerto de hambre que pide limosna a la sombra de las torres de una iglesia cuando aparecen los señores a los que hay que pedirles plata. ¿Se puede pretender que la crítica cultural se desprenda de estas características a la hora de realizar su labor? Creo que eso no es posible, y ni siquiera deseable. En otras palabras, cada pueblo tiene la crítica cultural que se merece.
Tengo entendido que tanto en nuestro país como en el resto del mundo existen publicaciones dedicadas de forma más o menos explícita a la crítica cultural. Me ha llegado también el rumor de que estas publicaciones consideradas serias y prudentes suelen tener una suerte de manual para el crítico que desee publicar sus trabajos allí. Estos manuales ofrecen entonces un marco teórico-práctico acerca de cómo se debe pensar, escribir e incluso subjetivizar tal o cual fenómeno cultural. Los preceptos a seguir se encuentran en el orden de: “Utilice lenguaje llano sin llegar a lo vulgar”, “Nunca hable en primera persona”, “No olvide que quienes leen sus críticas son casi siempre legos”, “No trate al lector de imbécil”, “Comience con un postulado fuerte, que enganche al lector”, “No escriba enunciados largos”, “No se pase de tantos caracteres”, “No adjetive de tal forma o tal otra”, etc., etc. ¿Puede existir mayor aberración que la de decirle a un sujeto crítico cómo tiene que hacer su labor, que es lo mismo que decirle, desde lo ontológico, cómo tiene que ser? Pues esto es práctica frecuente.
Digamos siguiendo a Nietzsche que el crítico (el hombre diría el filósofo) es una cuerda tendida entre el intelectual laborioso (el mono) y el supercrítico (el superhombre). Para hacer su crítica, este nuevo modelo de intelectual tiene a su disposición las letras del mundo, tanto las que ya han sido escritas como aquellas que él mismo deberá inventar si quiere hacer algo que valga la pena. No es estructuralista ni formalista ni adepto a la sociocrítica ni al marxismo ni al existencialismo, pero de todos sabe y de todos se nutre de acuerdo a su necesidad, que estará pautada por las características del fenómeno que analiza. Y aquí también, entonces, se impondrá la hibridez, la ósmosis de los distintos marcos de referencia que dejan de pudrirse en compartimentos estancos para revitalizarse unos con otros incluso en la confrontación antitética.
Pero para todo esto es necesario que el crítico deje de representar su papel de mero asalariado de seis mil caracteres por semana, o de amigo del artista al que critica, o de número puesto en cada presentación de un libro y tome decisiones que sólo él puede tomar y que no vienen en ningún manual. Tiene que empezar a reivindicar el yo que aparece en el encabezado de la página y que después va diluyéndose en el correr de los párrafos hasta dejar la sensación de que ese crítico es cualquier crítico que haya leído la receta con la recomendación acerca de la forma en la que debe acomodar el contenido, ignorando aquello de que tanto la una como el otro se interpenetran.
En su Genealogía de la moral Nietzsche se plantea historiar nuestra forma de concebir el bien y el mal, o mejor aún, el origen y desarrollo de nuestra manera de considerar lo bueno y lo malo. El supercrítico, el metacrítico, tal vez el crítico a secas, debería empezar por trazar su propia Genealogía de la moral crítica. Nadie puede hacerlo por él, nadie puede dársela en un decálogo ni en un mensaje de texto. Es necesario que lea a Platón y a Aristóteles y después a Boileau y a Barthes, Adorno, Sartre, Starobinski. Eco, Bajtin. ¿Qué es lo que está bien? Cada uno de ellos le responderá algo, pero será necesario que esa respuesta sea desechada, reformulada, reciclada, mejorada.
Reivindicar el yo. Reivindicar el yo en estas coordinadas de tiempo y espacio. Reivindicar ese yo que nace del conflicto insoluble entre lo que no somos y lo que nunca dejaremos de ser. Rastrear e identificar la huella del pensamiento crítico preestablecido sólo para dejar de seguirla. Generar un pensamiento que, al menos en su intención, tal vez sólo en eso, sea original. Llegar a la playa y quemar las naves para no poder retroceder, con el enemigo mirándonos desde sus murallas.

3 comentarios:

  1. 1- Salú.
    2- Estoy de acuerdo con lo del "yo" que debe estar explícito. Es de cobardes refugiar la opinión y de canallas hacerse pasar por dueño de la verdad. Reivindico la expresión "me gustó" a la hora de recomendar un libro, por ejemplo. Y, en ese caso también, considero que hay un lector atrás que se merece un lenguaje inteligible, oraciones canónicas y un lenguaje que evite las negaciones, así como no citar tres autores en una sola oración.
    3- Una cosquilla que siempre tengo: veo como construcciones ficticias, muy ficticias, todas las etiquetas culturales, desde el concepto de "modernidad" hasta la creencia, explícita o no, de que ésta sea algo bueno, o no. Todos estos palabreríos tieden a desviarse del cerno de la cosa, que es el tema real, con sangre y lágrimas.
    4- Un abrazo grande y adelante.

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  2. Muy interesante el blog, prometo leerlo con más detenimiento. Estuve viendo también el de los cuentos de Eldor, muy buena idea la de brindar acceso a esos cuentos. Es extraño como cada tanto me llegan noticias de la gente de la Letra breve; Leonardo sacò un libro no? Voy a ver si lo consigo, tengo curiosidad. Te dejo la dirección de mi blog, por si te interesa...esta en constante construcción, es sobre poesía, por ahora solo tengo algunos de mis trabajos inèditos, es www.bicicletasdemayo.blogspot.com
    Saludos. Estamos en contacto.

    Leonardo Flores

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  3. Leonardo!!! Gracias por la visita. El otro Leo sacó un libro, sí. Mecanismos sensibles es el título. Muy bueno. Te lo puedo prestar si nos vemos.
    Entre a tu blog y quise dejar un comentario estimulante pero no encontré dónde.

    saludos y adelante!!!

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